Nació en Sevilla en 1897. Su
madre, Pilar, realizó estudios de música; su padre, Manuel, era periodista de El
Liberal; su abuelo, José María, fue un conocido pintor taurino. Tras la muerte
de su padre en 1914, se inició en el periodismo. En 1920, publicó su primer
libro, Narraciones maravillosas y
biografías ejemplares de algunos grandes hombres humildes y desconocidos. Entre
1927 y 1937, recorre Europa y colabora en Estampa, La Gaceta Literaria y el
Heraldo, consumando osados reportajes sobre sus viajes. En 1935, publica su
obra más genial: Juan Belmonte, matador
de toros, su vida y sus hazañas.
Al estallar la guerra civil, partidario
denodado de la República, resiste hasta que el gobierno deja Madrid para
exiliarse en París. Ya en Francia, escribe un alegato contra las brutalidades
de la guerra: A sangre y fuego. Héroes,
bestias y mártires de España, publicado en Chile en 1937. En mayo de 1944, después
de abandonar Francia por miedo a una posible invasión nazi, muere en Londres
con 46 años tras una penosa enfermedad. Reportero, cronista, biógrafo, profeta,
objetivo, crítico, sensato, mesurado, culto, intrépido, trotamundos, moderno,
en A sangre y fuego, con unos relatos
creíbles, en los que elogia y reprende lo mejor y lo peor de cada bando,
relata la inhumana violencia que se
desató en España allá por el 36.
Madrid sobrelleva con alegre resignación los
bombardeos. Un día, un pobre profesor que estaba en la terraza de una
cervecería se ha muerto de miedo al oír una explosión cercana; a las casas de
socorro, cada vez que suena la señal de alarma, llevan docenas de mujeres
accidentadas para que les suministren antiespasmódicos; hay gente que se mete
en las bocas del Metro arrollando a los niños y a los viejos con una
precipitación indecorosa, y durante la madrugada, para las madres, es un
tormento insufrible el tener que arrancar a sus hijitos de la cuna en que
duermen y llevarlos, aprisa y corriendo, medio desnudos, a los sótanos, donde
las criaturitas se pasan las horas llorando porque tienen frío y están
asustadas. Todo este dolor y esta incomodidad y la espantosa carnicería de las
explosiones, y aun la certeza de que cada vez será mayor el estrago y más
horrible el sufrimiento, no han conseguido abatir el ánimo y la jovial resignación
de la gran ciudad más insensata y heroica del mundo: Madrid.
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